usebio Quispe se sintió fuera de lugar y sumamente incómodo. El aymara del altiplano andino estaba sentado en un banquete junto con alcaldes y concejales de todo el gran estado boliviano de La Paz. También estaba presente el hombre que había solicitado la reunión: Evo Morales, entonces presidente de Bolivia. Como primer jefe de estado indígena de la nación sudamericana, Morales inspiraba el respeto y el temor de todos los pueblos nativos del altiplano, los valles y las selvas.
Mientras se servía la sopa, el primer tiempo del banquete, Morales —un aymara— dijo en voz alta, un poco a tono de broma: «¿No deberíamos orar? ¿No hay cristianos en este grupo?».
Algunas personas se rieron titubeantes, pero un alcalde señaló directamente a Eusebio y dijo: «¡Ahí está tu hombre!».
Eusebio sintió pánico. Aun así, sabía lo que tenía que hacer. Se levantó…
Los aymaras han tenido una presencia importante en Bolivia y Perú, su país vecino, durante más de un milenio. En la actualidad, unos 2.5 millones de aymaras se reparten por el escarpado altiplano, a unos 12 000 pies [3000 m] sobre el nivel del mar.
Tras la llegada de los primeros misioneros protestantes que permanecieron en el país a principios del siglo XX, los aymaras se mostraron receptivos a las Buenas Nuevas. Los misioneros cuáqueros llegaron por primera vez en la década de 1930 y empezaron a predicar y a formar iglesias entre los aymaras. En la actualidad, la rama de la Iglesia Los Amigos, a la que Eusebio pertenece, cuenta con unas 200 congregaciones aymaras.
Los misioneros del grupo The Friends [Los amigos] reconocieron hace décadas que la iglesia boliviana era independiente y que ya no necesitaba una presencia extranjera, así que se marcharon.
La iglesia aymara sigue siendo fuerte. Bolivia tiene ahora el segundo mayor número de cuáqueros del continente americano, solo después de Estados Unidos. Pero, ciertamente, no está exenta de conflictos. Algunos se derivan de la naturaleza de ser aymara, que es ampliamente reconocida en la sociedad boliviana como una cultura de conflicto. Y otros se derivan del impacto temprano de los misioneros.
Los primeros misioneros estadounidenses llegaron a Bolivia tras el vibrante movimiento de avivamiento metodista de Estados Unidos, y trajeron consigo sus doctrinas y normas de comportamiento. La cultura aymara favorece la formalidad, las normas y los procedimientos establecidos, lo que desde el principio favoreció que asimilaran bien esta fe importada.
Aunque la mayoría de estos énfasis fueron positivos y produjeron el fruto de una iglesia creciente, algunos resultaron problemáticos. Entre ellos estaba la enseñanza de que los cristianos deben separarse del mundo, una doctrina verdadera desde el punto de vista teológico, pero que puede convertirse en falsa cuando se lleva al extremo.
Los aymaras tienen una cultura comunitaria, en la que tanto la comunidad como la familia extensa desempeñan un papel importante. Cuando un niño aymara llega a la edad adulta, entra en una red de obligaciones comunitarias. Estas oportunidades de servicio de un año de duración continúan surgiendo a medida que un aymara progresa a lo largo de la vida.
El problema para los cristianos aymaras es que las obligaciones de su cultura incluyen numerosas fiestas en las que se espera que practiquen actos rituales y borracheras. Un buen líder se encarga de suministrar el licor para la reunión. Además, estos tiempos de servicio requieren la participación en sacrificios animistas a los espíritus que, según se cree, protegen a la comunidad.
Debido a estos aspectos dudosos, las primeras enseñanzas protestantes exigían que los cristianos aymaras rechazaran por completo su servicio comunitario. Esto produjo una grave tensión entre la iglesia y la comunidad.
A lo largo de los años, los individuos de las denominaciones evangélicas han respondido a esta tensión de diferentes maneras. Algunos creyentes se han negado completamente a participar; de ellos, algunos han sufrido persecución, incluida la pérdida de propiedades. Muchos otros han anunciado que se retirarán de la iglesia durante sus años de servicio para poder cumplir con todas sus obligaciones. Algunos de ellos regresan a la iglesia cuando concluyen esos años, se confiesan públicamente, reciben el perdón y se reintegran a su congregación. Otros, no vuelven nunca.
Y luego están los creyentes que toman el camino difícil, quienes se las arreglan tanto para servir a sus comunidades como para mantener su testimonio cristiano. Eusebio es uno de ellos.
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